La ansiedad es una epidemia
espiritual. Destruye la acción de la
fe, consume las energías físicas y espirituales, además de contaminar a
aquellos que están cerca de la víctima.
Muchas veces, esa maldición nace con una preguntita inocente pero cretina. Y, sin querer queriendo contaminar, dice:
-¡¡¡Hola amiga!!! ¿Cómo estás? ¿Todo bien?
Eso da inicio a la charla nociva.
Eso da inicio a la charla nociva.
-¿Estás de novia? ¿Cuándo vas a casarte?
Algunos arruinados en la vida sentimental son usados
para contaminar a los otros con sus frustraciones. El objetivo no es el interés
en el bienestar de la amiga, sino el de hacerla recordar su herida casi
cicatrizada, suscitar el deseo de realizar algo que ya no ocupaba más su
cabeza, y sacarle la paz de espíritu alcanzada por la fe hasta aquel momento. Es
realmente satánico. Es verdad, al igual que esta, otras tantas situaciones son
provocadas para crear la maldita ansiedad.
El Señor Jesús no sugirió
eliminar ansiedades, pero alertó, en un sentido de mandamiento: “No estéis ansiosos por ninguna cosa” Mateo
6:25 – Filipenses 4:6
Para neutralizar el espíritu de la ansiedad es bueno
saber que Dios no da a Sus hijos aquello que ellos quieren, sino lo que
necesitan. ¿Cómo darle a un niño una moto, si él todavía no sabe andar en
bicicleta? ¡Sólo un irresponsable haría eso! Olvídese, resista y huya de sus
ansiedades, y Dios le dará todo lo que usted esté listo para recibir y mucho
más. Medite en este versículo: “Pero
también digo: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo,
aunque es señor de todo; sino que está bajo tutores y curadores hasta el tiempo
señalado por el padre.” Gálatas 4:1-2
Obispo Macedo
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